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sábado, 2 de mayo de 2009

Entrevista Creativa. Tp Nº 2


Cuando la basura no es un desecho.
Cada mañana pasan con su carro cargado de ilusiones. Carro tirado por pura fuerza de voluntad que recorre los barrios de Antártida Argentina, La Floresta y las Flores para pasar el puente del cementerio y llegar al centro. Cada una de las personas que lo ven pasar son testigos de su recorrido que ha ocurrido día a día, mes a mes y año tras año.
Mientras muchos se preparan para el inicio de una nueva jornada ellos ya van de camino, simplemente, esperando que hoy, que es el hoy de todos los días, sea el gran día.
Los trabajadores en negro de las grandes papeleras. Los hermanos Mayer, Héctor de 56 y Orlando de 45 años actualmente recogen de las calles cartones, todos los días, mañanas y tardes.
Los hermanos Mayer viven en el barrio San Martín y desde hace años, Héctor y Orlando tiran de un carro durante horas. Un carro que puede llegar a pesar más de 200 kilos a la hora de volver y hacer el negocio del cartón. Mientras van de camino autos y colectivos rozan su carro muy frecuentemente. Su lugar de trabajo es la Peatonal San Martín y cada esquina, cada lugar de la ciudad por donde ellos pasen y vean papeles, cartones, hojas, pliegos de cartón o cajas. Es en la peatonal entre La paz y Cervantes donde se encuentran acomodando cajas, doblándolas correctamente para que el espacio del carro aumente. Es Orlando Mayer con quien se establece el diálogo, su hermano mayor toma una actitud de desinterés y continúa con su labor.
— ¿Cómo es este trabajo de cartonero?
— Es como un trabajo. Tenes que levantarte y sabes que tenes que salir. Es como un trabajo común y silvestre.
— ¿Con que ilusiones se despierta cada mañana?
— Bien, bien, me levanto, tomo mate, me lavo la cara y salgo con la esperanza de tener algo. Cartoneamos y lo vendemos en el día. Nos rebuscamos todo el día así.
— ¿Nunca buscaron hacer otra cosa?
— Es el único trabajo medio que tenemos para trabajar. Somos corto de vista los dos —dijo mientras dejaba largar un largo suspiro— no alcanzamos a ver ninguno de los dos prácticamente. Él —dice señalando a su hermano— no alcanza a ver nada, yo más o menos me defiendo todavía. Antes trabajábamos en la granja de la Juanita en el barrio Almendral, pero ya no existe nada de eso. Mi hermano trabajo diez años en el frigorífico Alberdi y lo echaron a la mierda por que no veía bien.
— ¿Qué es ese problema que tiene en la vista?
— El problema que tenemos en la vista es muy grave, no tenemos solución nosotros.
— ¿Es una enfermedad congénita?
— Si, es una enfermedad hereditaria —suspira con resignación— a medida que van pasando los días se va achicando más.
— ¿Cómo es este negocio del cartón?
— Hay días que sale y hay días que no sale nada. Te vas con el carro vacío —dice y deja escapar una sonrisa.
— ¿Pero la mayoría de las veces?
— Estos días gracias a Dios por lo menos a esta hora hemos, hemos venido tironeando con el cartón. Ha salido bastante
— ¿Cómo hacen con el cartón que juntan por día?
— Lo llevamos y lo vendemos en el día, antes lo juntábamos por semana pero donde estamos no tenemos lugar para juntarlo. Con un poco de espacio nos manejaríamos mejor para tener más plata en la semana. Pero la plata vuela.
Orlando Mayer aparenta tener más edad de la que lleva a cuestas. Quizás sea por sus lentes de abuelo o su rostro de resignación ante la vida. Escuálido y demacrado, con una barba candado de pocos meses, y el cabello abundante y desparramado debajo de una vieja gorra que publicita al Ministerio de Salud. Vestido de zapatillas de lona negras, con un pantalón de vestir que ha perdido el tono por el paso del tiempo, y de unas cuantas tallas más que la de su dueño. Las mangas de su camisa pasan sus codos, sus brazos y sus manos cansadas y arruinadas.
— ¿Qué saben sobre el dengue?
— Al dengue lo llevamos desde chiquitos nosotros, surge ahora porque surge. Allá en el barrio con las lagunas, el volcadero sobran mosquitos y enfermedades.
— ¿Piensa que progrese el país?
— No, no, no tenemos más esperanza de nada. No creo que venga alguien a querer cambiar esto, y hay quienes quieren que nada de esto pase. El que nació pobre va a seguir siendo pobre.
Héctor habla por primera vez para preguntar si habrá alguien que quiera cambiar una cuerda y en ese momento es interrumpido por uno de los comerciantes.
— Ya tenemos sus cartones.
— Bueno, bueno —responden de forma apresurada y educada.
— ¿Le cree al gobierno actual?
— No creemos en nadie ya nosotros.
— ¿Hay comerciantes que le guardan cartones solo para ustedes?
— Si, algunos comerciantes por general toda la gente que nos conoce acá todos nos guardan el cartón. Gente muy buena. Nosotros también tratamos bien a la gente, respetuosamente. Hacemos nuestro trabajo callado, agachamos la cabeza, ya somos gente grande.
— ¿Votan en las elecciones?
— Yo si voto, mi hermano no, esta enojado, le prometieron una pensión y nunca se la dieron, el no vota más. Son unos malandras los políticos.
— ¿Igual, la hay que seguir peleando?
— Nosotros agachamos la cabeza y sabemos que hay que darle para delante con esto, que se le va hacer, no podemos trabajar en otra cosa con nuestro problema de la vista, y pensar que hay personas que están sanas de pie y mano y no trabajan por que no unos vagos.
Otro comerciante se acerca y le deja unos cartones a la cual agradecen.
— ¿Se han ganado mucho cariño con la gente?
— Si y todo gracias al respeto, porque con el respeto se llega a cualquier parte.
Nuestras manos se estrechan con fuerza. Me despido de ambos pensando, solo pensando, en como el respeto no le es devuelto a personas que creen en el.

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