Evocar este 25 de Mayo significa reflexionar sobre el Bicentenario, una fecha simbólica que las naciones suelen tener en cuenta para evaluar su pasado y proyectar su futuro. Desde el oficialismo y desde la oposición hace rato que los dirigentes se refieren a este tema en diferentes tonos y registros. Particularmente, la presidenta de la Nación ha enfatizado ese acontecimiento y ha dado instrucciones precisas para organizar los festejos con bombos y platillos, despliegue que tiene poco que ver con los rigores de la realidad.
Por su parte, historiadores y politólogos se han referido a los hechos históricos coincidiendo en el deseo de que el aniversario se transforme en una excelente oportunidad para debatir un proyecto de país para el siglo XXI. Sin ir más lejos, la Secretaría de Cultura de la Nación publicó libros en los que se reflexiona sobre este hito temporal desde diferentes puntos de vista.
En 1910, la celebración del Centenario también movilizó expectativas de diverso calibre. Entonces, la Argentina atravesaba uno de sus momentos de mayor expansión económica. El optimismo de la clase dirigente respecto del futuro era alto, respaldado por una evaluación positiva del presente.
Por aquellos años, la Argentina figuraba entre los diez países de mayor crecimiento del mundo y el Centenario era una excelente oportunidad para que los principales dirigentes del orbe visitaran el país como un modo de convalidación de su avance y su importancia.
No hace falta establecer comparaciones minuciosas para admitir las grandes diferencias entre un centenario y el otro. La Argentina atraviesa hoy un período de crisis que se manifiesta en los índices económicos y sociales, en la anomia institucional y política y en la incapacidad de la actual clase dirigente para delinear un proyecto de Nación.